Swami Sivananda

Sri Swami Sivananda Maharaj, el yogui de los himalayas.

El 8 de Septiembre de 1887 en Pattamadai, localidad cercana a Tirunelveli (India del Sur), nacía Kuppuswami Dikshitar, quien más tarde sería  conocido como Sri Swami Sivananda Saraswati. Su padre Vengu Iyer, era un gran devoto de Shiva y descendiente del santo y sabio del siglo XVI Apaya Dikshitar. Santidad y sabiduría eran dos virtudes que parecían ser algo muy corriente en aquella familia ya que tambien Nilkant, sobrino del citado sabio, fue un gran santo y Appaya Shivam, tío de Kuppuswami, era un conocido autor de poemas en sánskrito, al que se le denominaba popularmente como Appacharya. Vengu Iyer, padre de Kuppuswami, era recaudador de impuestos en el Estado de Ettayapuram, sin embargo él nunca utilizaba dinero, ya que los gastos y la manutención del hogar estaban completamente a cargo de su esposa Parvati Ammal. Solía dedicar gran parte de su tiempo libre a la búsqueda espiritual y la gente que le conocía le veneraba llamándole «Mahant» o gran alma. Realmente, el padre de Kuppuswami tenía un elevado estado de espiritualidad.

Cuando en el Puja (ritual de adoración tradicional hindú) repetía el sagrado mantra «Shivoham» lágrimas de  dicha brotaban de sus ojos y permanecía largo tiempo sumergido en el Divino Extasis en comunión con el Señor. Cada mañana el pequeño Kuppuswami solía ir al jardín para recoger hojas de bilva y flores para el Puja que hacía su padre y prestaba una gran atención a las oraciones que se recitaban en la casa, así como a las lecturas de textos religiosos como los Vedas y otros. Desde muy temprana edad acompañaba a su madre al templo. También sus padres solían llevarlo a las representaciones de teatro religioso que por aquel entonces representaba el conocido actor Kalyana Yier Nataka Manram. La virtud del altruismo era algo tan innato en el joven Kuppuswami que siempre que su madre le compraba o le daba cualquier golosina, salía de la casa como un rayo para ir en busca de sus amigos y compartirla con ellos. Gozaba con dar y repartir, solía obsequiar a todo aquel que estuviera a su alcance, ya  fueran perros, gatos, cuervos… Algunas veces incluso invitaba a mendigos en su propia casa para comer.  Los Sadhus y Sanyasins (monjes)  inspiraban en él una especial atracción y un gran respeto, siempre les servía con gran veneración.

Al pasar los años, Kuppuswami se convirtió en un simpático muchacho, alto y de elegante figura, con su frente marcada con trazos de cenizas Vibhuti, un Rudraksha Mala (rosario) alrededor de su cuello y una sonrisa en los labios que esparcía y contagiaba su alegría a todos por doquier.   Cursó sus primeros estudios en la Raja’s High School de Ettayapuram. Era un alumno aplicado y tenía una notable afición por el deporte. Solía levantarse de madrugada para entrenarse. Su profesor de gimnasia era muy estricto, y el resultado fue que el muchacho creció hasta convertirse en un gran atleta. Tuvo un profesor de esgrima que pertenecía a la casta inferior, cuando su familia supo esto intentaron persuadirle para que no fuera con aquel profesor ya que ellos pertenecían a la casta de los brahmines. Kuppuswami vio la divinidad saltar de la figura de Shiva que su familia veneraba hacia el corazón de su maestro de esgrima y fue entonces cuando fue consciente de que para Dios no existen las diferencias de castas. Ese mismo día fue ante su profesor de esgrima con una guirnalda y dulces a postrarse ante sus piés.

Sus estudios también progresaban por el mismo auspicioso camino (más adelante llegó a decir: «El conocimiento de los libros no nos llevará  lejos, yo estudié anatomía, disección‚ el cuerpo humano pero no pude hallar el Atman en ningún lugar ¡El Alma solo puede ser vista cuando se destruye el ego!”) En 1903 finalizó sus estudios primarios con las más altas calificaciones, matriculándose en el S.P.G. College, institución dirigida por jesuitas para cursar sus estudios superiores, una vez finalizados inició en 1905 la carrera de medicina en el Tanjore Medical Institut. Kuppuswami se dedicó al estudio de la medicina con tal esmero que incluso aprovechaba sus horas libres para practicar. A pesar de ser su primer año de estudios obtuvo permiso para asistir a la sala de operaciones, utilizando este privilegio para ampliar al máximo sus conocimientos. Cuando Kuppuswami estaba a mitad de su carrera algo terrible sucedió en su familia. Su padre murió de repente y su madre cayó gravemente enferma, estos acontecimientos ocasionaron una lamentable situación económica en el hogar. Kuppuswami se vio obligado a abandonar su brillante carrera para regresar a su hogar. Su madre intentó persuadirle para que buscase otro empleo, pero él se negó rotundamente. En lo más profundo de su corazón sentía que estaba entregado a la medicina y a servir al prójimo de cualquier forma posible. Tratando de buscar una solución a su situación, tuvo la idea de editar una revista médica a la que llamó «AMBROSIA». Su madre aprobó el proyecto dándole 100 rupias para los primeros gastos. La primera tirada de la revista fue en 1909, a través de su publicación Kuppuswami intentó extinguir la ignorancia de la gente en lo relativo a materias de higiene personal, procurando dar una clara imagen de lo que es la salud integral del cuerpo y de como conservarla.

Muy pronto «Ambrosía» cobró una gran popularidad, y personas de gran distinción en el campo de la medicina contribuyeron con sus artículos. Pero todavía no estaba del todo satisfecho con su obra, Kuppuswami pretendía establecer firmemente su revista, ampliándola para que pudiera llegar a mas público. Por tal motivo se marchó a Madrás donde entró a trabajar en la farmacia  del Dr.Haller, allí atendía al público, llevaba las cuentas y despachaba las medicinas. Pero al poco tiempo Haller se vió obligado a cerrar su establecimiento, por lo que Kuppuswami pensó en transladarse a Malasia, donde podría trabajar como médico a través del contacto con un conocido suyo y así estar más cerca de las personas necesitadas. Era el año 1913, «Ambrosia» había circulado durante 4 años.

Su madre y su hermano recibieron con desagrado la decisión de Kuppuswami de marcharse a Malasia, pero Kuppuswami dejó que la situación se desdramatizase y con mucho tacto trató de convencer a su familia mezclando filosofía y humor en sus argumentos y haciéndoles ver su anhelo de servicio y de desarrollar su profesión: «El servicio altruista y desinteresado es el arma más potente para aniquilar el ego, cada día que pase haré algún acto caritativo y mientras pensaré en Dios». Su familia planteaba que está en contra de las escrituras atravesar el mar… pero el joven se mostraba más allá de lo meramente supersticioso y finalmente logró el beneplácito de su familia y se dispuso a cruzar el mar hacia Malasia. Kuppuswami no tenía idea alguna de lo que significaba un largo viaje por mar. Siendo un estricto vegetariano de toda la vida, no estaba dispuesto de ninguna forma a ingerir la comida carnívora que servían en el barco. Afortunadamente su madre, que conocía muy bien la predilección de su hijo por los dulces, le había preparado una gran cantidad de «Laddus» (pastelillo hindú). Durante la travesía del barco Kuppuswami iba siempre con su  estetoscopio de un lado a otro, y cuando veía a alguien gemir o vomitar se presentaba enseguida y con suma delicadeza trataba de prestar ayuda. Nunca esperaba que lo llamaran, una simple mirada y acudía rápidamente. Debido a que olvidó tomar cualquier clase de provisiones, se alimentaba sólo a base de los «Laddus» de su madre y de agua, esta inconcebible dieta le hizo enflaquecer día tras día, hasta el punto de llegar a desembarcar en Singapur con más aspecto de muerto que de vivo. Sin embargo, su mente seguía albergando la más viva esperanza. Se dirigió directamente a la residencia del Sr Iyengar, su único conocido en Malasia. Este le dio una carta para el Dr. Harold Parsons de Seremban.

El Dr Parsons no necesitaba de ningún asistente en aquellos momentos, por lo que mandó a Kuppuswami a su amigo el Sr Robbins, que era propietario de una plantación de caucho y además tenía su propio hospital. Robbins era un hombre de temperamento violento, de una talla gigantesca, seco y agrio. Directamente preguntó a Kuppswami: ¨Puede usted dirigir un hospital?” la respuesta sin titubeos fue: «Sí, yo mismo podría dirigir incluso trés hospitales». Kuppuswami obtuvo el empleo y se convirtió de la noche a la mañana en el director de uno de los hospitales más grandes de la región. El Dr Kuppuswami era metódico y concienzudo en su trabajo. Cuidaba personalmente a los enfermos y les trataba con una radiante jovialidad, con la que levantaba sus  ánimos decaídos y  atraía a todos hacia él. Daba dinero de su bolsillo a cuantos lo necesitaban y era el único entre los muchos doctores de Malasia que no cobraba nada por sus consultas. Se conformaba con su sueldo de director, vivía bien pero con sencillez. Era muy religioso y no dejaba un solo momento para el ocio, siempre oraba mientras atendía a sus pacientes.

Cada viernes organizaba una reunión de oración al final de la cual distribuía Prasad (alimento ofrecido a Dios). Personalmente visitaba sala por sala, y parándose en la cama de cada enfermo distribuía el Prasad. También en su casa tenía un altar con una planta de Tulsi (planta sagrada) la cual adoraba diariamente. Solía dar a sus pacientes junto con la correspondiente medicina una hoja de Tulsi y unos sorbos de agua sagrada. Cuando las medicinas se mezclan con la plegaria los resultados suelen ser milagrosos. En Seremban el Doctor entabló contacto con cientos de pobres nativos, empezó a conversar con ellos aprendiendo así el lenguaje Malayo, pudiendo de esta manera aproximarse más hacia ellos. Durante este tiempo visitó otros hospitales para adquirir nuevos conocimientos, especializándose en el estudio del microscopio y la medicina tropical. Frecuentemente ayudaba a sus asistentes a mejorar su posición enviándolos a otros hospitales con cartas de recomendación. A veces incluso les proveía del billete para el viaje y les prestaba dinero. Muchas fueron las personas a las que Kuppuswami ayudó a encontrar un trabajo estable. En Malasia, Kuppuswami llevaba una vida activa y vigorosa, nunca desaprovechaba un segundo. Acostumbraba a decir «Buenos días» a sus amigos desde cierta distancia y si alguien trataba de entablar con él alguna conversación inútil o chismosa, prudentemente volvía a decir «Buenos días» que esta vez quería decir… Adiós. Kuppuswami visitaba a menudo la librería, le gustaba la literatura y los libros de filosofía. Tenía una curiosa forma de comprar libros, ponía en las manos del librero una nota en la que estaban anotados los títulos que ya tenía diciéndole: «Estos ya los tengo, cualquier libro que tenga usted aparte de los de la lista sobre filosofía, por favor mándemelo a mi casa». Kuppuswami comenzaba a tener un gran deseo de buscar en la vida algo mas real que lo meramente material. Este latente deseo tomaba un ardiente impulso en forma de Bhajan, Kirtan, Japa, Amor y Altruísmo. Era un gran devoto del Japa, y solía comprar Japa Malas (rosarios) para obsequiar con ellos a sus amigos en las reuniones de oración. Las vidas de los Santos como Nandanar, Ramdas y Tulsidas formaban los temas de sus canciones en tales ocasiones. En aquellos tiempos no había casi nadie en Malasia que no estuviera libre de los tres vicios: vino, mujeres y tabaco. Kuppuswami permanecía ajeno y libre de todos ellos, la lujuria era algo desconocido para él, nunca bebía, no fumaba y ni siquiera mascaba, tenía una desapetencia tal por el tabaco que burlonamente  apodó a un amigo suyo muy adicto a este vicio con el nombre de «Tobbaco Dikshitar». Cuando Salía de su casa siempre llevaba consigo una cierta cantidad de monedas en el bolsillo, para distribuirlas entre los pobres que encontrara en su camino, dándoles paz y alegría. Ningún mendigo que llamó a su puerta salió de ella sin recibir dinero o alimentos.

Frecuentemente tomaba a un pobre y le invitaba a entrar en su casa dándole de comer como si se tratara de un invitado o bien alojándolo en la casa. Les daba dinero suficiente no sólo para una comida sino para dos o tres. Su interés en materia espiritual le indujo a buscar la compañía de personas santas, recibiendo en su casa a todos los Santos y Mahatmas que de vez en cuando visitaban Malasia. Tales contactos le fueron de gran ayuda espiritual. El servicio a la humanidad, el estudio de los libros sagrados, la asociación con los santos y las prácticas devocionales, fueron evolucionando en su corazón y el doctor fue experimentando una gradual transformación que purificaba su interior haciendo que su mente se volviera más introspectiva. En el hospital, Kuppuswami luchaba cada día contra el sufrimiento. Cierta vez hubo una gran epidemia de malaria, enfermadad muy temida de la cual el doctor también se contagió. Esto hizo pensar mucho a Kuppuswami, que afortunádamente salió con vida de la temida enfermedad. Muchas personas murieron y él las veía fallecer ante sus ojos, viéndose incapaz de ayudarles. «Es que no hay manera posible de ayudar a estas criaturas?»…se preguntaba. ¨Porqué‚ nos llega a todos la muerte?”. Pensaba en ello constantemente el Doctor. ¨Es la Muerte dolor?…¨¿Qué es la muerte?”.  Años de continuos interrogantes no le habían dado ninguna respuesta. No podía encontrar ninguna solución a la intranquilidad de su espíritu, ni al dolor que se formaba en su Alma al pensar en tan terrible misterio. En este instante tan crítico de su vida se encontró con un Sanyasin (moje renunciante) al que Kuppuswami albergó en su casa por unos días porque había caído enfermo. Tan atento fue el doctor con él, que el Sanyasi quedó profundamente cautivado por su amabilidad y altruismo. Este Sanyasi llevaba consigo unos cuantos libros muy valiosos para él, los cuales al principio de estar en la casa se negaba a compartir con nadie, pero al recobrarse de su enfermedad, agradeciendo el gran amor que irradiaba el joven doctor, le regaló uno de ellos de buen grado; se trataba de la obra: «Jiva-Brahma Aikya Vedanta Rahasyam» de Sri Cuddapah Satchidananda Swami. Este texto dio a Kuppuswami su primera lección de Vedanta. A partir de entonces se desarrolló en el Doctor un ardiente deseo de hollar el sendero de los sabios y conocer el camino de la inmortalidad. Este deseo crecía en intensidad día tras día, mientras practicaba Anahata Laya Yoga y Swara Sadhana, o pasando las noches meditando sobre lo desconocido.

Un día del año 1923 la pequeña chispa espiritual que Kuppuswami había alimentado durante toda su vida resplandeció en forma de una gran luz, fue como la visión de un gran relámpago. El deseo de las cosas y de la vida en el mundo perdió todo valor transformándose en algo inútil para él. A partir de entonces sólo correría hacia el regazo de la dulce Madre Naturaleza y buscaría la compañía de los sabios de todos los tiempos, preguntándose interiormente ¿Hay solución? Muchas noches se sentaba sólo en su terraza queriendo descifrar las cosas que le pasaban, pero no podía definir, comprender ni expresar. Para sus conocidos y amigos comenzó a ser un motivo de ansiedad. Ellos querían levantar su  ánimo sin comprender  lo que sucedía en su interior. Intentaron usar sus métodos amistosos para intentar salvarlo de lo que ellos creían que era un estado de depresión nerviosa. En cierta ocasión, un amigo le rogó en nombre de Dios que definiera cuál era su inquietud y ambiciones, entonces él señaló hacia la inmensidad del cielo estrellado y al templo de la ciudad diciendo: «No podrías entenderlo». Kuppuswami adquirió una actitud que no le permitía atender sus deberes en el hospital. Dejó su trabajo, una parte de sus posesiones se la dio a alguien que pensó que le sería útil, algunas otras las dejó a varios amigos para que las guardaran y el resto lo empaquetó, dejando con muy poco equipaje las tierras de Malasia. En el barco que le conducía a la India se le acercó un desconocido que súbitamente le dijo: «Llevas la marca del Bikkhu (monje) en tu frente». ¿Quería decir que muy pronto Kuppuswami se convertiría en un monje mendicante? Una vez llegado a la India, tomo un tren y con tan solo comenzar su viaje, un indescriptible estado de profundo silencio interior y de perfecta paz se apoderó de él. El mundo entero y con él su peso, se descargaba de sus hombros. Silenciosamente ofreció una plegaria al Señor. El destino de aquel tren era Varanasi la legendaria Kashi, morada de Shiva, la entrada al Moksha (liberación). No hubo nada  durante el viaje que mereciera su interés, ni charlas ni diversiones, ni tan solo el paisaje, solo un pensamiento había en su mente:

«TENGO QUE REALIZAR A DIOS AHORA».

Kuppuswami llegó a Varanasi con ese único pensamiento en su mente, una vez allí, tomó un baño en el Sagrado río Ganges y se dirigió tranquilamente hacia el templo de Sri Viswanath, un templo que había sido santificado desde siglos con la presencia de grandes santos y sabios como Sankaracharya o  Ramakrishna, entre otros. Allí oró sumergido en una profunda comunión con lo Divino, sentado con la mirada fija en el sagrado Lingam (símbolo de Shiva), su mente y sus sentidos estaban tan quietos que parecía un cadaver, un estremecimiento infinito sacudió todo su ser en aquel bendito momento. Sin pertenencia alguna, sólo con la guía del Señor, el antiguo doctor empezó su vida de Parivrajaka o peregrino. Durante su peregrinage estuvo hospedado durante algún tiempo en el Ashram del Yogui Narayan Maharaj. En varios lugares se encontró con Mahatmas y Sadhus, adquiriéndo grandes enseñanzas a través del contacto con aquellas grandes almas. Kuppuswami sintió la necesidad de encontrar un lugar tranquilo donde poder llevar a cabo un riguroso Tapascharya (austeridad) y se dirigió hacia el norte, llegando a la sagrada cuidad de Haridwar, allí se dirigió a una Dharmashala (lugar destinado al albergue de monjes y peregrinos), pero como alguien le puso impedimentos para su estancia allí, se marchó sin comprender demasiado bien el motivo, debido a que su conocimiento del hindi era aún muy pobre, por lo que silenciosamente se limitó a abandonar el lugar para dormir en la plataforma de Hari-Ki-Pauri, cerca de la torre del reloj. Desde allí fue andando hacia Rishikesh. En el camino hizo una pausa para sentarse bajo un árbol Pipal cerca de la carretera, en aquel momento un carro pasó por allí y alguien le echó una moneda, pero Kuppuswami sumergido en un estado de total desapego y aspiración espiritual se fue del lugar donde se encontraba sentado, sin siquiera haber mirado el dinero que estaba a sus pies.

Muy pronto se encontró en Rishikesh, la ciudad de los Rishis (santos visionarios). Cuando cayó la noche fue a dormir a la veranda del Charan Das Dharamsala, cerca de la oficina de correos adyacente al Ganga Ashram. Se despertó por la mañana temprano y comenzó sus prácticas espirituales. Amanecía ya cuando vio a varios Sadhus que iban al lugar. Uno de ellos ya entrado en años, llamó inmediatamente  su atención, se llamaba Swami Vishwananda y había una hermosa aura a su alrededor. Kuppuswami quedó sobrecogido cuando sus ojos se encontraron con los del monje y sin saber porqué, se postró a sus pies con gran amor y devoción. El anciano monje le ayudó a levantarse, le abrazó y le habló con gran afecto. A mediodía, Kuppuswami fue a pedir limosna al Baba Kalikamblikawala Kshettar, pero allí rehusaron darle alimentos porque  no era un Sanyasin, por lo que hubo de abandonar el lugar.

En el camino se encontró de nuevo con Swami Vishwananda, quien directamente le dijo que era preciso que tomara la iniciación al Sanyasa (renunciación) Aquél mismo día recibía su túnica ocre. Kuppuswami había muerto, en su lugar nacía «SRI SWAMI SIVANANDA SARASWATI». Era el 1 de Junio de 1924. Al día siguiente Swami Vishwananda partió hacia su nativa Varanasi, desde allí escribía a su nuevo discípulo dándole importantes instrucciones sobre el Sanyasa Dharma (el deber de un monje). Swami Sivananda se alejó pronto del bullicio de la ciudad y se fue primero a Kolgath, situado a unas dos millas de Rishikesh, y mas tarde a Brahmananda Ashram donde se dedicaba a cuidar de los peregrinos enfermos, pero sintiendo una mayor necesidad de reclusión, cruzó a la orilla opuesta del Ganges y se instaló en una pobre cabaña. Allí dedicaba la mayor parte de su tiempo a internarse en la soledad del bosque, llevando una vida de extrema austeridad y pobreza.

Sin embargo, el sufrimiento y la enfermedad tan extendidos entre los sadhus ancianos, peregrinos y Mahatmas, despertaron una vez más en él su gran espíritu de servicio. Recordando que aún le quedaban unos ahorros en una compañía de seguros consiguió recuperarlos gracias a un amigo suyo que era abogado. Con los intereses de aquel dinero pudo hacerse al fin con el instrumental médico necesario para atender a los enfermos, comprarles medicamentos e incluso pagarles su hospitalización en casos extremos en los que su ayuda resultaba insuficiente.

¡­Ni una sola moneda utilizó en beneficio propio! EN 1925 abrió un dispensario médico en Swami Kalikananda Ashram. Su popularidad comenzó a crecer tanto, que enseguida le dieron un kutir o cabaña más amplia y en mejores condiciones, pidiéndole que se quedara definitivamente en el Ashram. Pero su espíritu de renuncia no le permitía apegarse a nada, por lo que abandonó Laksmanjhula y se instaló en el Swargashram.

Swami Sivananda se levantaba a las cuatro de la mañana, se bañaba en las heladas aguas del Ganges y hacía sus prácticas espirituales hasta las nueve. El resto del día lo dedicaba a servir a cuantos le rodeaban. Evitaba los caminos más frecuentados y las charlas ociosas, procurando permanecer cuanto le era posible en soledad. Por aquel tiempo imprimió su primer panfleto espiritual, titulado «Brahma Vidya» (conocimiento de Dios). El éxito de éste fue tan grande que las mismas personas  a quienes atendía le proporcionaron tinta y hojas para que escribiese más. Gracias a esto pudo continuar imprimiendo sus pensamientos en pequeños panfletos. En cierta ocasión dos personas intentaron difamarle insultándole y atacándole sin ninguna razón en especial. Swami Sivananda no se defendió. Poco después, ambos cayeron enfermos y con sorpresa y vergüenza recibieron su rápida visita para atenderles y aliviar su dolor. Durante aquellos años Swami Sivananda emprendió algunas peregrinaciones a lugares sagrados de la India como Badrinath, Kedarnath, el monte Kailash y el lago Mansarovar, acompañado por varios Swamis y Yoguis. También acompañado por un amigo visitó Mathura y Vrindaban, así como el Ashram de Sri Ramana Maharshi. Su visita coincidió con el cumpleaños de este gran sabio y Swami Sivananda cantó varios Bhajans y Kirtans. Todos quedaron estremecidos de emoción espiritual y hasta el propio Ramana estaba visiblemente conmovido de felicidad. Desde allí Swami Sivananda y su acompañante se dirigieron al Ashram de Sri Aurobindo en Pondicherry, para después emprender el retorno a Rishikesh. Swami Sivananda pensaba que la utilidad de los peregrinages, dependía de cada persona, escribió que el resultado espiritual positivo de un peregrinage depende sobre todo del grado de pureza interna del Sadhaka. Al mismo tiempo condenaba la vagancia y la ignorancia de esa clase de Sadhus que constantemente viajan de Badrinath a Vrindaban y de Kashi a Rameshwaram diciéndoles:

«EL SEÑOR ESTA EN SU PARAISO, ESTE PARAISO ESTA EN TU CORAZON, BUSCA DENTRO DE TU CORAZON Y ALLÍ ENCONTRARAS AL SEÑOR».

Durante la década de los 30, Swami Sivananda recorrió la India para propagar el nombre de Dios, dando conferencias, clases de Yoga y organizando reuniones de Kirtan. Se había impuesto a sí mismo la meta de revivir la espiritualidad y el amor a Dios, especialmente entre la nueva juventud de la India, enardecida por los deseos de independencia y progreso técnico. La primera ciudad que Swamiji visitó fue Sitapur en Uttar Pradesh, era el año 1932. En un gran Satsang púlico, Swami Sivananda exhortó a su auditorio a tomar refugio en Dios: “No podés vivir sin religión, no podéis vivir sin el Nombre  del Señor. Refugiaos  en Su dulce Nombre. ­¡Vivid en Dios! ¡Vivid en Brahman! Este mundo no es más que un lugar de paso. Perseverad en vuestra práctica espiritual. Llevad una vida de servicio desinteresado, renunciación, desapego y meditación. Atended Satsang y meditad. Preguntaos ¿Quién soy yo? Se desvanecerá  la ignorancia y aparecerá  el Conocimiento de Dios. Ascended con firmeza y alcanzad el amanecer de la sabiduría intensificando vuestro desapego y practicando intensa y rigurosa Sadhana». El suyo no fue un discurso formal, ni la conferencia de un gran erudito. Fue un mensaje directo al corazón de los oyentes.

Sus palabras tenían un misterioso poder que cambiaba por completo el corazón de quién lo escuchaba. De Sitapur, Swamiji viajo a Lakhimpur-Keri. Allí en el Wilburgby Memorial Hall, el 15 de Diciembre de 1932 Swami Sivananda expresó la necesidad de mantener una actitud de firmeza espiritual: «Los meramente intelectuales están convencidos de que la religión consiste en un ligero cerrar de ojos, en una vana reflexión por la mañana y por la noche muy sutil y lo suficientemente superficial para engañar a su propia conciencia. Esta superficial rutina matutina, este fallido intento de desarrollar virtudes a medias, este moribundo esfuerzo de practicar a medias las instrucciones espirituales no son de ningún modo útiles para nada. Esta mentalidad debe cambiar”.

Después de recorrer toda la India llevando por donde pasaba su mensaje de paz y amor divino, Swami Sivananda regresó a Rishikesh. El 17 de Enero de 1934, Swami Sivananda se trasladó acompañado por cuatro discípulos a la orilla derecha del Ganges, donde fundó «ANANDA KUTIR». Consistía en un establo de vacas abandonado que convirtieron en vivienda y dispensario médico. Poco a poco más personas se unieron al pequeño grupo y el Señor se cuidó de abrirles nuevas puertas y darles los instrumentos necesarios para desempeñar la tarea emprendida. Nunca hubo en ellos ningún sentimiento egoísta, todos trabajaban para la voluntad de Dios. Si la suprema Providencia hubiera deseado que ningún Ashram fuera construido y que ningún discípulo se hubiera acercado a él, Swami Sivananda no se hubiera inmutado, sino que simplemente aceptaba la nueva situación diciendo al respecto: «Yo nunca hubiera soñado que El Señor me encargara semejante tarea. Hace tiempo que dejé todo lo que tenía, corté toda ligadura con el mundo, con la idea fija en la mente de quedarme en algún lugar tranquilo con la mente absorbida en el dulce Nombre. Pero El Señor ha querido darme una «familia» que me persigue constantemente a donde quiera que vaya. ¨ ¿Quién sabe si he nacido para ello? Cuando veo que ninguno de ellos tiene un  ápice de egoísmo me siento lleno de felicidad». En 1936 Swami Sivananda fundó THE DIVINE LIFE SOCIETY (Sociedad para la Vida Divina), con el propósito de diseminar el conocimiento espiritual.

Lo que había comenzado siendo un establo de vacas, se estaba convirtiendo en un gran Ashram o monasterio, movido por su inagotable ímpetu para servir a la humanidad. Gracias a la donación de una imprenta, Swami Sivananda pudo comenzar a publicar libros espirituales. Su capacidad de concentración era tal que podía trabajar incluso en cuatro libros al mismo tiempo. Durante su vida llegó a escribir mas de 300 volúmenes. Para propagar aún mas el mensaje del Yoga y del Vedanta, creó en 1938 la revista mensual «Divine Life» (Vida Divina) En 1948 fundó la «Yoga Vedanta Forest Academy» para instruir a todo tipo de personas en la vida espiritual. Uno de los acontecimientos más destacados convocado en el Ashram fue el Parlamento de todas las Religiones, celebrado en el año 1953 y al que acudieron más de 200 delegados en representación de las más importantes religiones y movimientos espirituales del mundo entero. En septiembre de 1950, Swami Sivananda emprendió un Seva Yatra o viaje de servicio. Miles de personas le esperaban en cada pueblo y ciudad para verle y escuchar sus Kirtans y conferencias. Su voz se escuchó de nuevo: «­No os dejéis arrastrar por este falso relucir externo. Todo el conocimiento está  dentro de vosotros. Meditad. ­Hacedlo Ahora.» Su Kirtan se escuchó una vez más por toda la India. Eran tantas las personas que deseaban verle que ni siquiera en los trenes podía dormir, casi recibiendo visitas constantemente. Su único descanso lo hallaba en el Pranayama, el Japa y la Meditación. Swami Sivananda no dejaba de atender personalmente un solo día su trabajo en la oficina del Ashram. Su actividad era incesante. Ni siquiera durante sus graves ataques de lumbago,  enfermedad que padecía debido a sus tiempos de extremas austeridades, dejaba de acudir a la oficina y dirigir meditaciones y conferencias. Tanto era así que a veces el dolor era tan intenso que no le permitía andar y tenía que ascender a gatas las escaleras desde su Kutir. Nunca faltaba al satsang de la tarde fuera cual fuera su condición. Ni durante los peores momentos económicos del Ashram, consintió que dejasen de publicar libros o de imprimir la revista. Incluso compró los derechos de publicación de sus primeros libros para venderlos a más bajo precio y que pudieran llegar a mucha mas gente. La falta de prejuicios de su servicio era tan grande que incluso contribuía en revistas mundanas. Muchos empezaron a leer en ellas sus artículos y acabaron manteniendo una continua correspondencia con él sobre la vida espiritual. Buscaba siempre el bien en todo y en todos. Cuando alguien se sentía apenado o triste, aprovechaba para ensalzar sus virtudes delante de los demás. Solía decir: «ODIAD AL PECADO PERO NO AL PECADOR». Swami Sivananda siempre predicaba con su ejemplo. A veces lo encontraban en la oficina mucho antes de que nadie hubiese llegado. Cuando a finales de Junio del año 1963 tuvo que permanecer en su kutir debido a la gravedad de su estado de salud, continuó dictándo conferencias y trabajando en su última obra: «Elixir Divino». Atendió desde su cama todo lo que le permitía su estado. Cuando uno de los doctores que le visitaron le dijo tras un examen médico: «Swamiji no debería preocuparse por nada ni pensar en nada». Él contestó: ¨¿Cómo podría ser posible? Tengo que pensar en muchas cosas. Tengo que cuidar de mucha gente». Viendo la tristeza de quienes le atendían, les hacía regalos y procuraba levantarles el  ánimo con chistes y palabras alegres, hasta los últimos momentos de su vida física, Swami Sivananda se comportó con su característica generosidad y buen humor, deseando a todos los que le rodeaban salud, larga vida, paz, prosperidad y beatitud divina bendiciendo a todos. Sri Swami Sivanandaji Maharaj entró en Maha Samadhi a las 11’15h de la noche del Domingo 14 de Julio de 1963 en su kutir a las orillas del Ganges, y a los pies de los Himalayas. La última frase que dictó desde la balaustrada de su Kutir fue:

«LA FELICIDAD SOBREVIENE CUANDO EL INDIVIDUO SE FUNDE CON DIOS».

Gurudev Swami Sivananda no ha muerto, el Guru jamás muere, Él sigue vivo en el corazón de todos sus devotos y sus enseñanzas aún vibran llenas de vida para todo aquel que las pone en práctica. El Guru es Dios y por lo tanto sus enseñanzas son un camino hacia la divinidad, el Guru es aquel que ya ha recorrido ese camino y se ha sumergido por completo en Dios, irradiando paz y felicidad a cualquiera que se acerque a El, pero sólo puede ser Guru aquel que ha recibido el mandato de Dios para serlo. Y este es el caso de Gurudev. Cuando Swami Sivananda era aún un joven Sanyasin, dedicó doce años de su vida a la práctica de un riguroso Sadhana en las orillas del Ganges, un día mientras meditaba, el Señor Krishna  apareció ante El, y le dijo:

«YO HE LENADO TU VIDA CON MI PODER,

VE Y DIFUNDE LA PAZ Y EL AMOR A TODO EL MUNDO»

Fue entonces cuando Gurudev dio vida a «The Divine Life Society», todavía se venera hoy en el templo de Sivananda Ashram una imagen de Sri Krishna instalada en el mismo lugar donde el Señor apareció. La vida de Gurudev es un constante ejemplo de servicio a la humanidad, toda su vida está caracterizada por el Amor y la compasión hacia todos los seres, cuando Swami Sivananda servía, él no veía al hombre, sino al Ser inmortal que mora dentro de cada criatura. Gurudev adora a Dios sirviendo al hombre. Su servicio está repleto de oración y de conocimiento, no se limita al bienestar físico de todos, sino que instruye a todos con enseñanzas sobre la vida espiritual. Toda la obra de Gurudev está llena de enseñanzas prácticas sobre el camino hacia Dios. De todos es conocida su célebre frase:

«MÁS VALE UN GRAMO DE PRÁCTICA QUE MIL TONELADAS DE TEORÍA».

Hoy Gurudev no está  físicamente con nosotros, pero todos los que le amamos, sentimos su sagrada e inspiradora presencia en nuestro corazón, sintiendo que Gurudev sigue vivo guiándonos por la senda divina a través de sus inmortales enseñanzas:

«SIRVE, AMA, DA, PURIFICA, MEDITA, REALIZATE.

Om Namo Bhagavate Sivanandaya
****************************************************

Publicado en Maestros.